Vivimos en un mundo donde todo debe ser etiquetado: nombres, géneros, roles, cuerpos. Pareciera que, si algo no tiene nombre, no existe. Pero ¿es esto realmente necesario? ¿O es una trampa que nos separa aún más? Desde una mirada espiritual, veo que estamos aquí para vivir experiencias, no para encajar en moldes. Si lográramos ver la vida desde el corazón, desde una conciencia auténtica, descubriríamos algo esencial: los cuerpos son solo vehículos, y lo que realmente importa, lo que les da vida, es el alma.
En nuestra esencia más pura, no existe el género. Lo masculino, femenino y neutro no son más que energías que habitan dentro de cada uno de nosotros. Si pudiéramos trascender las etiquetas, miraríamos al otro y nos encontraríamos con su energía, con su esencia. Imagina por un momento un mundo donde no existieran géneros; solo seríamos almas compartiendo un espacio físico. Sin etiquetas, lo que quedaría sería la conexión con lo que somos de verdad, más allá de los cuerpos, los nombres o los roles que desempeñamos.
Llegamos a esta vida y generamos creencias de nuestras experiencias, muchas de ellas heredadas de quienes nos rodean desde nuestra infancia. Estas creencias nos moldean, nos limitan, nos hacen olvidar quiénes somos en realidad. A menudo, para ser aceptados, sentimos la necesidad de complacer, de encajar en las expectativas de los demás. Y en ese proceso, sacrificamos partes de nosotros mismos, nos anulamos, hasta el punto de desconectarnos de nuestra propia esencia.
Sin embargo, la vida nos da la oportunidad de cuestionarnos y desmontar esas creencias. Esto es especialmente importante para quienes pertenecemos al colectivo LGTBIQ+. Las etiquetas, las imposiciones y las expectativas pueden convertirse en cargas que nos alejan de nuestra autenticidad. Pero también, al superar estas barreras, encontramos la fortaleza de reconectar con quienes somos realmente, desde un lugar de amor y aceptación profunda.
En mi recorrido personal, he descubierto que la música es una herramienta poderosa para conectar con esa esencia. A través del sonido y la vibración, he aprendido a mirar más allá de los cuerpos y las etiquetas, a reconocerme en el otro como un alma viviendo su propia experiencia. Este aprendizaje no llegó de un día para otro; fue un camino que me llevó, durante muchos años, a profundizar en la meditación y en la expansión de la conciencia. El silencio, la introspección y el trabajo constante con el sonido como herramienta de transformación me ayudaron a conectar con algo más grande, a romper con creencias limitantes y a encontrar esa esencia que habita en todos nosotros.
Cuando alguien se encuentra perdido en las expectativas o en el dolor de no sentirse suficiente, la música se convierte en un puente. Un puente hacia su interior, hacia ese lugar donde no existen etiquetas ni juicios, solo la verdad de lo que son. Es un camino que yo misma he recorrido y que, desde mi experiencia, puedo ofrecer a los demás.
Hoy, en el Día Internacional para la Tolerancia, quiero recordar que este valor no es solo aceptar las diferencias del otro; es aprender a mirarlas como un reflejo. Lo que rechazamos en los demás suele ser una invitación a mirar dentro de nosotros mismos .Como parte del colectivo LGTBIQ+, sé lo que significa ser etiquetad@ y no encajar en las expectativas de los demás. Pero también sé que, al desmontar estas etiquetas, descubrimos una libertad inmensa: la de ser auténtic@s, la de vivir desde nuestra esencia.
Es hora de abrirnos a una nueva forma de vernos a nosotros mismos y a los demás. Una forma que nos permita vivir desde la autenticidad y la conexión con nuestra esencia, entendiendo que esto no es un acto instantáneo ni algo superficial. Conectar con la esencia es un camino profundo, transformador y lleno de desafíos. Sé lo que es sentirse juzgad@, rechazad@, violentad@, maltratad@. He vivido experiencias que han marcado mi vida, momentos que me han llevado a desconectarme de quien soy en mi esencia. Pero también sé que esas mismas experiencias han sido maestras que me han mostrado la importancia de sanar, de volver a mí, de soltar aquello que no me pertenece y abrazar mi verdad.
A día de hoy, estoy en ese proceso. Porque cambiar, desmontar creencias, liberar patrones limitantes y conectar con tu esencia no es algo que ocurre de la noche a la mañana. Es un camino, un proceso que requiere paciencia, valentía y una integración profunda de todo lo que surge en el camino.
Integrar significa enfrentarte a tus miedos, cuestionar lo que siempre diste por sentado, abrazar las partes de ti que quizá nunca aceptaste y aprender a mirarlas con compasión. Pero también significa perdonarte. Porque cargamos con culpas y responsabilidades que no son nuestras, con el peso de expectativas y juicios que no nos corresponden. Y ese perdón a uno mism@ es un acto liberador y esencial. Cuando comenzamos a liberarnos de esas cargas, algo increíble sucede. Empezamos a ver al otro, al que supuestamente nos rechazó o nos hizo daño, desde un lugar diferente. No se trata de justificar sus acciones ni de minimizar el dolor que causaron, sino de mirarlos desde la compasión. Comprendemos que, muchas veces, esas personas actuaron desde sus propias heridas, desde su desconexión. Y, aunque eso no les exime de responsabilidad, nos permite soltar el rencor y liberarnos de su peso.
Este proceso no siempre es fácil. Habrá momentos en los que sientas que retrocedes, que el dolor es demasiado grande o que no tienes fuerzas. Pero también habrá momentos de luz, de conexión, de verdadera paz. Porque cada vez que eliges mirar dentro, que decides ser fiel a lo que realmente eres, estás honrando tu esencia y dando un paso hacia la libertad. Por eso, este llamado a la tolerancia no solo es hacia los demás, sino también hacia nosotros mismos. Tolerar nuestras heridas, nuestras dudas, nuestros tiempos. Permitirte el espacio para sanar, perdonarte y crecer. Solo desde ahí, desde ese trabajo interno, podemos empezar a mirar al otro con los ojos del alma, reconociendo que, más allá de los cuerpos, las etiquetas y las historias, todos estamos unidos por algo mucho más grande: la verdad de lo que somos en esencia. Y en esa verdad, no hay separación, solo amor y conexión.
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